Teoría maquiavélica.
Siendo
mal pensado – y acertarás, dice el dicho – parece que hemos entrado en
un juego malévolo sin mirar las consecuencias, como un toro ante la
muleta de José Tomás, directos a cuajar la faena perfecta de la mano que
dirige nuestros movimientos.
En
pleno boom inmobiliario y económico, permitido por nuestras
autoridades, era fácil para nuestros jóvenes caer en la tentación de
dejar la formación de lado frente a las inmediatas posibilidades que
ofrecía el “dinero fácil” – aunque sudado – que suponía entrar en un
mercado laboral repleto de oportunidades cuyas exigencias no eran, en
muchos casos, más que las ganas de trabajar y de ganar dinero.
Independencia, posibilidades de emancipación, muchos eran los atributos
que mostraba el camino.
Ahora,
cortada de cuajo la prosperidad económica anhelada, y que creían bien
encaminada, por una parte importante de nuestros ciudadanos, portadores a
su vez, en su inmensa mayoría, de cargas provenientes de préstamos
hipotecarios con los que pretendieron cumplir el sueño de una vivienda
digna – ¿ la misma a la que tenemos derecho según la Constitución? –
cuyo precio inflado era aprobado por tasadoras y bancos, con el
beneplácito de nuestros distintos gobiernos, beneficiarios directos del
aumento desmedido e incontrolado. Ahora, que todo el que cayó en esta
trampa está dispuesto a aceptar lo que sea con tal de poder hacer frente
a su destino. Ahora, que la formación universitaria ha doblado el
precio a pagar por tener acceso a ella, rompiendo los sueños de los
menos pudientes. Ahora, que el empleado público podría ver como un mal
menor los recortes en su sueldo siendo conscientes de que ellos, al
menos, tienen un trabajo – de momento –. Ahora, que…
Ahora nos tienen donde querían. Estamos a su merced. Al antojo y deseo de la clase privilegiada, de nuestros políticos.
Los
políticos sí han alcanzado el Estado del Bienestar. El de ellos y sus
familias. Eso no se toca. Sí se toca, y se recorta, todo lo demás. Sí
tiene que hacer un esfuerzo el pueblo. Somos más, así que apretándoos
todos un poco salvaremos la situación – pensarán –. La de ellos, claro
está.
¿Desempleado? ¿Empleo en peligro inminente? Estas son las opciones.
Es
el momento del cambio. Sumidos en una crisis económica de desarrollo
incierto - ¿estamos al principio, en plena travesía o al final de la
misma? – y con la tasa de paro en el máximo nivel desde hace 36 años, estamos ante un
punto de inflexión en la vida de muchos ciudadanos.
Hay
aspectos sobre los que podemos incidir y otros que se escapan de nuestras manos en esta historia. No podemos
controlar el destino del país. No podemos hacer nada para cambiar los aspectos más injustos de nuestra legislación, esos que crean una
separación abismal entre los derechos de la clase política y el resto.
No podemos hacerlo, al menos, por las buenas, y miedo me da pensar cómo
sería el camino por las malas. Lo que sí podemos hacer es intentar mejorar las opciones con las que nos enfrentamos a mejorar nuestra situación.
El
primer punto en nuestro proyecto personal es el cambio de actitud. No es
fácil. Es cierto que estamos siendo víctimas del mayor robo a mano armada – con la ley en la mano y con la sospechosa pasividad del poder judicial – de la
democracia, por llamarla de aguna manera, pero debemos ser fuertes para
no caer, precisamente, en el victimismo. A ese punto es al que nos están
llevando, al que nos quieren llevar. Al punto en el que nos tengan acorralados, sin fuerzas para
luchar, dispuestos a seguir el camino que nos manden sin rechistar y sin
opción a réplica, como buenos borregos.
Por
suerte, las personas que rondamos los 30-40 años no hemos sido
conscientes de los que significa luchar por nuestros derechos.
Generaciones mayores sí están “curadas de espanto”. Saben lo que es
vivir distintos regímenes políticos. Saben lo que significa luchar por
sus libertades. Nuestros abuelos, esas personas que antes tenían el
mejor sitio en la mesa, el mejor sillón de la casa, y que hoy en día
parecen destinados, en muchos hogares, a la mejor esquina donde menos
molesten, saben lo que es vivir una postguerra y tienen las historias de
la Guerra Civil Española de sus propios padres en la memoria. Pero
muchos sólo hemos vivido una época dorada en la que todo lo bueno pasaba
a mejor. Hasta hoy, claro.
¿Cómo
dejar atrás ese victimismo? Eso no se enseña. No viene en ningún
manual. Está dentro de cada uno. Así de simple. Puedes recurrir al mejor
psicólogo del mundo – vía que recomiendo si crees que necesitas que te
aclaren el camino – pero todo dependerá de ti. Al igual que nuestros padres y abuelos lucharon en el pasado por un futuro mejor, hoy nos toca a nosotros.
Da igual lo que hayas sido,
lo que hayas conseguido, lo que te hayas esforzado anteriormente. Que
fueras el aparejador más eficiente de tu empresa. Que nadie pusiera solería al ritmo y con la calidad que lo hacías tú.
Que no hubiera mejor comercial en tu zona. Que supieras más que nadie
del mundo de la jardinería. Que vendieras las mejores cocinas de la ciudad. Que
fueras el camarero que mejor desempeñabas esa labor. Que dejaras la chapa
de los coches como nadie en tu taller. Que tecleases más asientos contables que cualquier otro compañero. Que como nadie a los niños en tu guardería. Que
tuvieses la mejor fruta de tu barrio. Que trabajases hasta las once de
la noche en el mejor bufete de abogados de la ciudad sin cobrar las
horas extras esperando una recompensa que nunca llegó.
Ahora, si perteneces al grupo de los 5.693.100
desempleados de España, tienes que mirar adelante con más energías que nunca. Sólo adelante. Tienes
que pasar de ese victimismo al que nos intentan conducir al realismo.
Vivir del recuerdo de tu buena situación anterior sólo conseguirá
hundirte si tu presente no está a la altura del pasado. Eso no te va a
dar de comer. Eso no va a pagar la hipoteca ni las facturas. Nadie va a
ir a la puerta de tu casa, nadie va a llamar a tu móvil, nadie te va a
mandar un mail que te devuelva a tu buena situación anterior. Olvídalo. Sé realista.
Las
opciones de trabajo, por cuenta ajena, son sólo las que muestre tu CV – o unas oposiciones, claro –.
Estarás más arriba o más abajo del montón según lo que venda tu CV. Si
hacías más o sabes más de lo que tu CV enseña al que lo lee, eso queda
para ti. Sólo tendrás la opción de desplegar tu batería de conocimientos
en los pocos minutos que tengas en una entrevista de trabajo. Pero para
llegar a esta será tu CV, lo que él muestre, el que te de la
oportunidad de poder explicarte. Eso o una mano amiga que te eche una mano, bien escaso en
estos tiempos cuando de trabajo hablamos.
Si
tienes un colchón de liquidez y una economía que te lo permite pese a
estar desempleado, o si ves que tu puesto peligra y quieres cubrirte las espaldas, es el momento de
adornar tu CV. Ampliar conocimientos es ampliar nuestras futuras
opciones laborales. Pero el fruto del esfuerzo será a largo plazo, y
probablemente, con el sobre esfuerzo que supondrá conseguirlo
compaginándolo con un futuro empleo que sea en condiciones poco
favorables. Tendremos que redoblar nuestros esfuerzos para conseguir "vender la moto", vendernos mejor. Porque, ¿qué tiene hoy en día tu CV
de especial para que seas tú el elegido y no otro? Si te quedas sin
respuesta objetiva a esta pregunta, no hay más que hablar. Si tu CV "vende una moto" que no hay en el mercado y sigues sin sacarle provecho, pasa al siguiente párrafo.
Otro
aspecto importante es tu rango geográfico de acción. A mayor rango,
mayores opciones. Si estás dispuesto a cambiar de residencia aumentarán
tus opciones de encontrar trabajo. Pero, claro, no en cualquier sitio. Si
amplias tu rango geográfico a lugares donde tu CV sigue siendo uno más
del montón, apaga y vámonos. Así pues, tendremos que valorar lugares
donde nuestro CV tenga más valor que en nuestra localidad. Ciudades, regiones o países donde
nuestro CV tenga opciones reales y donde la contrapartida sea lo
suficientemente buena para cubrir tus desplazamientos, tus gastos de
estancia en ese lugar y tus gastos fijos en tu ciudad de origen.
Cuantificar económicamente los lazos sentimentales, la familia, los
amigos, tu barrio, tu vida actual, lo que dejarías si te marchas, es ya
una valoración muy personal. Unos, a esa contrapartida básica inicial le
sumarán sólo un euro más. Otros pondrán el baremo más alto. Todo
depende de una combinación entre la necesidad de cada uno, las pretensiones y los lazos
que le unen a su lugar de origen.
La
otra opción es el autoempleo. Nada fácil. Para mí, lo importante
es tener dos cosas. La primera cosa es tener una idea. Una buena idea. Una
idea que cubra una necesidad demandada. Una idea que sea realizable
desde el punto de vista empresarial. La segunda cosa importante es la
actitud ante esa idea. Deseo, ganas de desarrollarla, pasión por ella,
perseverancia, sacrificio, superación, ganas de aprender antes y durante
el desarrollo de la idea, ser emprendedor. Si tienes la suerte de tener
esas dos cosas, adelante. ¿El dinero? Si tienes esas dos cosas,
adelante. El dinero lo encontrarás. El que tú dispongas. El de amigos y
familiares a los que les expongas tu plan de negocio y que quieran
invertir en él. Después, o antes, tenemos a los bancos. Las entidades de
capital riesgo. Las incubadoras de negocio. Los inversores particulares
a título personal. El dinero, si la idea y tu plan de negocio son
buenos, no es un problema, tardes más o tardes menos en encontrar la
puerta idónea que te permita luchar por tu sueño.
Tenemos, estas opciones. O quedarnos esperando la llama divina mientras
ponemos en práctica ese victimismo del que antes hablaba. Nosotros
decidimos.